Desde hace alrededor de 5 años estamos presenciando un cambio de tendencia en el mundo corporativo. La empresa está deshaciéndose de algunos de los dogmas y miedos que siempre la han acompañado. Históricamente, las organizaciones se han mostrado muy cerradas y desconfiadas hacia fuera. Algo así como un miedo irracional a ser descubiertas y, en consecuencia, copiadas. Como muestra, nuestro imaginario colectivo. Todos hemos imaginado alguna vez esos departamentos de I+D ubicados en parajes desconocidos, como si de un programa de seguridad nacional se tratara. Una postura con clara orientación defensiva, valga la redundancia.
Sin embargo, ya hace tiempo que alguien nos enseñó que una idea no vale nada si no es ejecutada, y eso requiere de un esfuerzo titánico que pocos están dispuestos a asumir y menos aún, a llevarla hasta el éxito.
Esta idea emprendedora, se reproduce también en las organizaciones, solo que a gran escala. La mayoría de las empresas ya saben hacia donde deben ir y cuáles son los focos estratégicos que serán importantes en el futuro. Ahora bien, la innovación reside en orientar realmente la organización a esos fines, asignando un porcentaje importante de recursos a dicha visión.
A este primer punto se le suma la gran mitificación que existe alrededor del término idea. Y es que el momento eureka, como tal, (casi) no existe. Las ideas suelen funcionar más como puntos de partida, y por tanto, deben ser trabajadas, evolucionadas, perfeccionadas, alineadas, probadas…Todo lo necesario hasta alcanzar el resultado esperado. Ese momento en que se hace tangible, que también se conoce como Aha Moment. De ahí eso de que la idea en sí supone un 5% y su desarrollo el 95% restante. Con estas premisas claras, poco o nada tenemos que esconder. Innovar va de esfuerzo y valentía, no de magia.
Aunque más lento de lo que nos gustaría, este mensaje va calando en el corazón de las organizaciones. Y con ello, el éxito de la innovación abierta. Innovar en abierto es el refugio de aquellas organizaciones que han entendido la realidad en la que nos movemos hoy. Un contexto hipercomplejo que ha abierto la puerta al maravilloso mundo del “Co”: co-laborar, co-mpartir, co-nectar y co-crear. O lo que es lo mismo, añadir a la fórmula clásica de talento y experiencia el factor de la diversidad.
La fórmula de la innovación abierta= (talento+experiencia)*diversidad
A pesar de ello, en este nuevo escenario hay un elemento que sigue estando ausente en las conversaciones y debates sobre open innovation y curiosamente también empieza por “Co”: la competencia.
Me refiero a la colaboración entre competidores o lo que también se conoce como coopetition (coopetición o coopetencia en español). Un neologismo que nace de juntar las palabras cooperación y competición. El término fue acuñado por primera vez en el año 1996 en el libro “Co-Opetition: a revolutionary mindset that combines competition and cooperation in the Marketplace”. A grandes rasgos, este concepto hace referencia a la colaboración entre dos o más competidores directos con el objetivo de lograr beneficios mutuos.
Las ventajas son claras. Aprovechar las sinergias que suponen la suma de conocimiento y recursos entre competidores para lograr un mayor desarrollo. Sin embargo, hasta el día de hoy, su práctica ha resultado muy residual y casi anecdótica.
Podemos identificar dos intentonas en esta dirección: las ya veteranas joint venture, y más recientemente, la colaboración entre empresas asentadas y startups. La primera consiste en la creación de una empresa conjunta entre competidores. No obstante, esta idea de aislar y partimentar sigue alimentando al viejo paradigma. Por otro lado, tenemos la colaboración con startups, que si bien se afronta desde una perspectiva más colaborativa, sigue teniendo un gran inconveniente, que es la desigualdad de fuerzas entre las partes.
En ninguno de los dos casos se cumple la máxima de la innovación abierta. Colaborar y compartir desde la confianza y la horizontalidad y, porque no, con competidores directos. Al fin y al cabo, es una situación win-win donde todos los colaboradores se benefician por igual.
Sin duda, la colaboración entre competidores directos es una de las mejores formas de afrontar la innovación. Piénsalo: no hay ente que esté más alineado con tus intereses como organización que la competencia, y eso es algo que debemos aprovechar.
Las oportunidades de su puesta en marcha resultan incontables. Aquí algunas ideas:
Como veis, su potencial de aplicación es enorme y casi infinito. Debemos de tener en cuenta que si hace años que se viene hablando de los entornos VUCA, es porque en los próximos años las organizaciones deberán hacer frente a algunos de los problemas más complejos de su existencia. Colaborar con los competidores podría ser una de las apuestas más firmes en este sentido. Al fin y al cabo, estamos fusionando los actores más competentes y competitivos de un campo, una fórmula difícil de mejorar.
Otro de los campos de aplicación de la coopetición se centra en los nuevos segmentos de mercado. En ese contexto, la colaboración entre competidores resulta esencial para marcar las reglas del juego y avanzar, por ejemplo, a través de la creación de un estándar tecnológico. La historia nos recuerda que son muchas las soluciones que han fracasado por falta de alineación de sus actores principales.
A estas alturas, puede que a más de uno le asome la siguiente duda: si colaboro con mis competidores, ¿Contra quién compito en el mercado?¿Cómo logro desmarcarme?
La respuesta no es sencilla. Por un lado, debemos asimilar que la colaboración entre competidores exige un cambio de punto de vista grande. Un punto de vista en que las organizaciones no están concebidas (únicamente) desde la rentabilidad. El profit es hoy un discurso de mínimos que a todas luces resulta insuficiente. Las organizaciones deben aspirar a más, y eso pasa por poner a las personas en el centro, por ser trascendentes y generar un impacto real en el mundo y la sociedad. Un pensamiento que se alinea al 100% con este concepto que del que tanto hemos oído hablar últimamente del propósito compartido.
En segundo lugar, el concepto de categoría anda cada vez más caduco y las barreras que derivan de él tienen cada vez menos sentido. Hoy Netflix compite contra Playstation y WhatsApp en ocio y momentos de consumo. Parece que la globalización ha llegado también a estos lares. Y aquí aprovecho para lanzar una pregunta abierta…
En este nuevo escenario, ¿sigue teniendo sentido orientar nuestra estrategia a competir únicamente contra empresas que ofrecen el mismo tipo de producto que nosotros? Algunos parece que ya han contestado.
Si interiorizamos este enfoque, nos daremos cuenta que esto ya no va tanto de competir, sino de conseguir, o lo que es lo mismo cambiar el foco externo por el interno. Desde mi punto de vista, el segundo es un enfoque infinitamente más inspirador para las personas, que son al fin y al cabo el motor y el fin de cualquier organización.
Dicho esto, colaborar con tus competidores no es un juego de blanco o negro (o no debería serlo). Pero sí que es una herramienta que las organizaciones tendrán que poner en práctica de forma intensiva y frecuente en los próximos años. El mundo es demasiado complejo para resolverlo individualmente. Llegados a cierto punto, las empresas deberán decidir si escogen afrontar los desafíos más exigentes e inciertos del futuro o se conforman con la comodidad de lo dado y establecido. Si seguir las reglas o generarlas. Yo lo tengo claro: no hay nada más inspirador que convertir la innovación en una herramienta para hacer del mundo un lugar mejor.
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